Ochenta y
dos hombres guiaban ese viejo yate Granma. La locura parecía estremecer a los
tripulantes, y claro, cómo no tildar de utópico un plan ofensivo que tuviese
como intención firme e irrevocable, el derrocamiento de Fulgencio Batista, el
líder de una de las dictaduras más asquerosas en la historia contemporánea. Cabecilla
de aquella intervenida, y extinta Cuba burguesa, esa nación que concentraba
aproximadamente el 25% del espacio territorial en mansiones, clubes
aristocráticos, clínicas privadas y colegios selectos para el sector
privilegiado. Hipnotizados y encarcelados a los intereses capitalistas de
Estados Unidos. La polarización no se haría esperar. Lógico. La corrupción administrativa
crecía tanto como un cáncer en estado terminal. Sin nombrar la desfachatez que
significó utilizar el presupuesto estatal para enriquecimiento personal.
Anarquía política, sociocultural y económica establecida. Algo tenía que ocurrir.
…Y ocurrió. Llegó la revolución
desde el 16 de enero de 1957, hasta el 2 de enero de 1959, día en que el
Movimiento 26 de Julio, liderado por el Ché Guevara, Fidel Castro y Camilo
Cienfuegos, tomaron sin ningún tipo de resistencia (Luego de dos años de
brutales enfrentamientos) el regimiento de Campo Columbia. El grupo de
insurrectos a la maldición del intervencionismo americano, demostró que la
genética revolucionaria puede más que un imperio envuelto en sus propios
demonios. Como cuando Páez y sus 153 jinetes vencieron a los 1.200 del general
Morillo en Apure (Venezuela), en la gloriosa “Batalla de las queseras del
medio”. Fidel Castro, Ernesto Guevara, Camilo Cienfuegos y Juan Almeida, encabezaban
a los 82 locos hambrientos de independencia, que enfrentarían a la parte más
espesa de un régimen compactado por una inescrupulosa camarilla militar, descaradamente
relacionada a los Estados Unidos. Tenían que destruir a un ejército sólido y
leal de más de 80 mil hombres. Las matemáticas no te darían espacio ni para
respirar, pero como la independencia es el estado más sublime al que un ser
humano puede aspirar, los números fueron números, y los hombres fueron hombres.
Oh, sí, gloriosa Cuba. Alejaste de ti, todo ese azufre encabezado por Dwight
Eisenhower, quien emuló a los seres más terroríficos de las novelas de Allan
Poe, entregando asilo político a todos los asesinos batistianos, que huyeron de
la isla con más de 400 millones de dólares que pertenecían a los fondos
públicos de Cuba.
Las distintas revoluciones que han manchado
la tela histórica mundial han tenido un denominador común, y es, simple y
llanamente, destruir las diferencias existentes entre los dominadores y los
dominados, algo así como aquel concepto del neurótico Marx, crear una lucha de
clases en las cuales el proletariado pudiese, al menos disponer de una libertad
más palpable.
Profesar revolución es cuestión de encender la
flama de la justicia que habita en cada ser, esa llamarada histriónica que ha
sido extinguida producto al desconocimiento de la historia y los sistemas
políticos mundiales, y a no saber escenificar la perspectiva del mundo más allá
de nuestros ojos.
Si algún día levantásemos el
estandarte de la libertad suprema, ese sería el día donde el Dios que creó los
cielos y la tierra podrá entregar la gema más hermosa que tiene depositada en
un lugar específico del paraíso, la paz, pero mientras sigamos fomentando el
odio, y la irracionalidad, producto a un patrón de conducta aprendido, será
realmente difícil añadir en el ADN de la próxima generación el tipo de células
que recorrían el cuerpo de hombres independentistas y admirables como
Tupac-Amaru, el Ché Guevara y Hugo Chávez Frías, esos futuristas de la
revolución que nos permitan salir de ese esquema colonial, que Eduardo Galeano
plantea en “Las venas abiertas de Latinoamérica”, donde dice que nosotros, los
indígenas, solo funcionábamos como: “El combustible del sistema económico
colonial”.
Venezuela, sabe lo que es navegar,
históricamente, por las indeseables aguas de la represión, y opresión. Pacto de
Punto Fijo, Pacto de Nueva York, para nombrar algún hecho aislado. Donde la
esclavitud renació, esta vez no por la privatización de la libertad, sino algo
peor, la ceguera ideológica que gestó el monstruo más grande con el que ha
batallado esta generación nacida a partir del 85, el odio a la revolución. No
hay culpable más grande, que la falta de profundidad histórica. De nada vale el
proselitismo y la demagogia, sin un plan eficiente de transformación, que
funcione como el antibiótico que subsane esta infección avanzada llamada
deslealtad.
“El presente es de lucha. El futuro
nos pertenece”..
Geoff. Hernández R.
Hasta la victoria siempre, amor a la libertad es el motor por el que todo ser humano debe funcionar y amor como el gran creador lo doce en sus dos primeros mandamiento amar a tu Dios y a tú prójimo como a ti mismo, llegará el día que ver a otro será verte a ti mismo una sola patria m sólo mundo un sólo ser la humanidad junto a su creador.
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