(Valar
Morghulis)
Todos los hombres merecen morir. Es la única regla sin excepción. Las
acciones cometidas en la anchura de nuestras vidas quizá puedan saltarse la raquítica
baranda de la memoria, pero la de ese Ser divino que gerencia los latidos y
respiraciones de cada ser humano viviente en esta deformación llamada Odpor,
jamás. Es curiosa la forma como la mente administra los recuerdos. No es
casualidad que cuando intentamos evocar alguno, lo primero que llega a la
memoria es una situación donde el ego y la aprobación ajena sean protagonistas.
Esa es la eterna batalla del ser humano, la adicción a la aprobación. El
narcisismo, la autosuficiencia y la vanagloria, son simples deformaciones de la
autoestima.
Ayer fue un día especial, distinto, inolvidable. Napoleón lo tituló: “El
día de la venganza de los santos”, sigo ignorando a qué santos se refería. La
luz que iluminaba sus ojos no me permitía hacer ningún tipo de cuestionamiento.
Fue el cumplimiento de la profecía que
hace dos cartas le hice al cretino del torturador Stannis, y a su pequeño retoñito Seth.
Aún me sorprende lo sencillo que fue destruir sus universos. La inocencia que
los arropaba fue la génesis de su desgracia, inocentes, todos, desde el Jefe de
policía, el adúltero Nelvit Roché, hasta el negro que alimenta a los perros,
Carlik Corx. Su inocencia estaba cubierta por una neblina de soberbia que debía
ser disipada. Creían que por estar uniformados y ‘proteger’ a esta pecador
estado, vivían exentos de la justicia, y es allí cuando me río, porque todo
hombre tiene un punto de quiebre y quién logre conseguirlo, podrá destruirlo de
la forma que desee. Nazut y Vilhem desde sus infiernos ceñidos de prisión,
consiguieron el de Stannis. Él jamás estuvo adherido en la originalidad del
plan redentor, pero su crueldad me obligó a activar los sensores que resguardan
los intereses de la justicia. Imbécil. Juraste que las humillaciones, las
vejaciones, la deshonra y la sobredosis de violencia iban a quedar impune. La
impunidad es el lenguaje de los dominados.
Ramsés Moyes, era el escogido. Uno de mis baluartes preferidos. Lo conocí
en la Isla del sueño, cuando apenas tenía once. Huérfano, carente de amor, y de
empatía, pero jamás de incapacidad ni deseo de vendetta. El zombie perfecto que
solo sobrevive por la sed de justicia. Nadie podría realizar la misión mejor
que él, ni yo mismo. Ramsés tenía diez años cuando vio la invasión del
escuadrón militar: ‘Morte’, llegar a la Isla, y mientras se escondía en las
ramas del árbol de almendrón que había en su casa, los líderes del escuadrón, Stannis
y Roché daban la orden para exterminar a todos los de esa zona. Ninguno había
pagado los impuestos al Rey Fisas. De los 200 habitantes, solo quedaron 25, de
los cuales 15 eran recién nacidos y 9 eran niños pequeños, el mayor de todos
era Ramsés. Por eso cuando le mandé la carta con todas las especificaciones del
plan, vino corriendo a la celda, y en un fluido hebreo confirmó su
participación.
La historia siempre me ha demostrado que los hombres más crueles y
despiadados son los más fáciles de quebrar. Su rudeza y poder no son genuinos,
provienen de las heridas del pasado. Son muros franqueables. La inteligencia
siempre será el antídoto de la fuerza. La genética cruel de Stannis nació
después de la muerte de su padre, a mano del dictador Hitler. Lo crucificaron
frente a toda su familia por haberle informado a la prensa unos hechos de
corrupción dentro del partido único. Allí nació el alter ego de Stannis. En la mañana
es un asesino despiadado que yace su disfrute en la sangre, y en las noches un
atormentado, esclavo de pesadillas fascistas y un adicto a los antidepresivos. Todos los
atormentados necesitan un clan de apoyo y catarsis. Ese es el punto de quiebre.
Allí estarían ofrendadas todas mis fuerzas. En su familia. En la hermosa esposa
Ginett, que no sale del country club y que nos odia a los alemanes. La pequeña
Sansa, pelirroja de ojos verdes, que nunca suelta un libro, y Seth, la versión
pequeña de Stannis. El baúl de todos los demonios del capitán. El puberto de
catorce años que electrocutó mis cojones hace tres días, y el mismo que me
tatuó la esvástica en el cuello con un cuchillo encendido mientras se reía a
carcajadas. En ellos derrocharía mi abundante justicia, en La familia Stannis
Guviev.
II
Napoleón me hizo llegar una información que había escuchado en los pasillos
del comedor mientras robaba una pieza de pan que estaba tirada en la puerta de
la oficina del adúltero Roché. Su imprudencia siempre fue un gran aliado. Este era
el año final de Stannis en el comando. Roché y los demás líderes de las
organizaciones policiales del país iban a preparar un reconocimiento para los
mejores elementos activos dentro del núcleo antiterrorismo. Era cómo si los
dioses me entregasen la última llave que necesitaba. Pronto la rítmica y
surtida fuente de justicia sería abierta, y las puertas del hades también. Aproveché
la única media hora libre que nos daban post-interpelación, y desnudé los
retoques finales del plan a Vilhem, Nazut y Napoleón. La mejor idea fue la de
Vilhem. Contactamos a ‘Los hermanos del norte’, y surtimos a Ramsés con
suficiente material alemán de última generación para realizar el trabajo. Nazut
se hizo amigo de Arshavin, un tipo nacido en Goesh que estaba a punto de ser
extraditado por participar en contrabando de gasolina hacia el norte de Odpor.
Aún no lo habían deportado, por la cercana relación que tenía el nórdico con el
‘Jefe de los papeles’ como llamaban en la cárcel a Sir. Luciano Riatti. Nazut
sabía que la puerta para llegar hacia la burocracia del comando policial era
Arshavin, así que sacrificó por tres días su almuerzo y se lo entregó al
escandinavo enfermo, quien sufría de esclerosis múltiple. Eran infernales los
gritos del tipo cada noche cuando el frío arreciaba. Le decía a Nazut que
sentía centenares de agujas internarse en sus huesos y músculos. Pobre diablo. En
solo unos días, se convirtió en cercano de Arshavin, lo abrigó, lo alimentó, y
lo enamoró del plan que se estaba gestando. De una forma sutil, le informó y
detalló todo. Arshavin no dudó, y se unió a Nazut.
Después de un largo y complicado camino de explicaciones, Lucianno Riatti
le entregó a Arshavin el cronograma del evento que harían para condecorar a
Stannis, pues era el único nominado por el distrito de Odpor. En los papeles se
leían los días de ensayo, la fecha del evento y la cantidad de personalidades
que engalanarían las afeadas calles de Odpor. Material suficiente para disfrutar
de la desgracia. Ahora era el turno de Ramsés y su don innato de tergiversar la
verdad y crear una paralela. Una verdad dolorosa.
PD: “Todos los hombres merecen morir”.
Melbor Dysis Nell (G.H)
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