(El
acto de redención)
El
día era hermoso, la verdad más de lo que esperaba, un extraño rocío cayó al
momento que sonó la diana, a eso de las cuatro y cuarenta y cinco de la mañana.
A todos los presos se nos había enviado una notificación el día 5 de mayo, era un sobre mal amarrado, con una mini carta escrita a mano y un
uniforme blanco, como las nubes, y sin ningún tipo de tachaduras que
utilizaríamos ese día. En el enunciado confirmaban que el acto sería el viernes
10 de Mayo, y que teníamos cuatro días para asear todo el patio principal donde
se realizaría la divertida honra hacia Stannis o terminaríamos todos
encarcelados en los búnkeres por tres meses.
Tuve
un último contacto con Ramsés el jueves 9 de Mayo a través de una carta, creo
que pasé por alto decirles la profesión de quién sería el líder en el campo en
esta misión. Ramsés tenía dos años fungiendo como líder de cocina en la cárcel
de Odpor y era un hombre de confianza en el equipo de Stannis, y me explicó qué
platos y cuáles serían los pasapalos que repartirían. La sed de vendetta de
Ramsés era tan grande que me preguntaba si le arrojaba o no la fórmula de ‘Los
hermanos del norte’ a la comida, yo firmemente le dije que no, la venganza era
hacia un grupo selecto no un holocausto, y es que lo entiendo, no debe ser
fácil estar al lado de quién asesinó a mansalva a tus padres, y tener que
esperar pacientemente las señales de los sensores de la justicia para poder
actuar.
A
las ocho de la mañana teníamos que estar desayunados – Fue la única vez que
comimos un alimento decente – vestidos, y listos para tomar nuestro puesto de
relleno en el recinto central del patio principal. Quince minutos antes de
salir, Vilhem, Nazut y yo, observamos por última vez la programación del acto,
Napoleón prefirió pasar los últimos minutos viéndose en el espejo. Le quedaba
bonito el blanco. A las diez sería el brindis. A las diez y treinta el mundo
sería distinto. Aún recuerdo con mucho resquemor y sosiego los golpes del jefe
de celdas, Nahúm Riot, avisándonos que ya era hora. Un frío que jamás había
experimentado recorrió pausadamente y sin detenerse desde la coronilla de mi
cabeza hacia el talón derecho. Por primera vez en mucho tiempo sentía el temor.
Otra vez los fantasmas de mis ayeres empezaban a dibujar trazos de maldad en mi
imaginación, mi ritmo cardiaco empezó a aumentar y el corazón comenzó a latir
de forma descontrolada. Sentí que me faltó el aire. Vilhem fue el único que se
dio cuenta, y tomándome por la espalda me dijo esas palabras que nunca
olvidaré: “Tú no naciste para maldad, pero ellos te obligaron”. Él era el más
maduro, el más minucioso, siempre anduvo un paso delante de los otros dos. Fue
mi escudero desde que nos conocimos hasta siempre. Inhalé y exhalé unas seis
veces, y le mentí a Riot diciendo que mi estómago se había acostumbrado a pura
mierda, y que esa comida sabrosa de la mañana cayó terriblemente mal. Él solo
sonrió y me esperó. Pobre, le quedaban dos horas de vida.
Al
salir de la celda, recorrimos los mismos doscientos metros que conocemos de
memoria desde hace cuarenta días, pero hoy el oxígeno olía distinto, las
paredes habían sido pintadas in extremis, el patio estaba pulcro, los árboles
también sabían lo que iba a ocurrir, por eso no soltaron ni una sola hoja,
predominaba el color favorito de Stannis, el blanco. Él, su esposa, su hijo
Seth, y su hija, también vestían de blanco. Se escuchaba de fondo por los
altavoces que alquiló Roché, la música preferida de Stannis, Pink Floyd. Pude
reconocer a más de cien invitados, el gobernador Laurev fue uno de los primeros
en llegar, en su carro último modelo, con seis guardaespaldas y tomado de la
mano de su esposa. El líder de Seguridad Nacional, Jeffren Voviv fue el que más
me impresionó. Medía casi dos metros, de rasgos africanos, con un peculiar
reloj de oro que cuando le daba el sol brillaba entre tanta blancura, y nunca
sonrió ni cuando el ambiente producía al menos un poco de jolgorio. Thomas
Border, el futbolista más preciado de la ciudad, también apareció. Dicen que
Border antes de irse a España a jugar, recibió un bono de Roché para que asistiese
y le otorgarse un poco más de prestigio y de prensa al
acto. Este accedió y llegó también vestido de blanco.
A
las nueve y diez minutos inició el acto oficialmente, el anfitrión fue Nelvit
Roché, quien lloró en el micrófono mientras recordaba las vivencias de todos
esos treinta años de carrera junto a Stannis, una que otra anécdota chistosa, y
luego en nombre de la cárcel de Odpor le entregó una placa de reconocimiento de
unos treinta centímetros, donde se podía ver el signo de la cárcel, signo que
siempre fue criticado por parecer una esvástica, también se veían treinta
estrellas, y un párrafo que desde la distancia nunca supe interpretar. La
participación de Roché duró unos veinte minutos, y luego prosiguió un desfile
de micro discursos demagógicos, donde alababan: “La prestancia, la honestidad,
el honor, y sobre todo, el humanismo, que siempre lideró a Stannis”, después de
esas frases que saltaron de la boca del gobernador Laurev, Napoleón se me
acercó al oído y me dijo: “Sí, el tipo era tan humanista, que me chupó las
pelotas siete veces, una por cada letra de su nombre”. No pude aguantar la
risa.
A
las nueve y cincuenta tomó el micrófono Stannis, y por veintidós minutos,
recorrió a todos los asistentes en un vaivén de emociones, donde jamás dejó ni
siquiera en entrever el nivel de crueldad que ejercía a diario. Nunca mencionó
nada sobre sus padres, ni un comentario de rigor sobre ellos, nada, como si
nunca hubiesen existido, ahí me di cuenta que jamás supero la negación de haber
visto crucificar a su padre. Dio gracias a todos lo presentes, y agradeció a
Roché por haberle puesto al comedor su nombre, y cuando iba a terminar, la voz
de Roché se escuchó, incitándole que contara cuál fue su mejor recuerdo en
todo este tiempo. Y el muy hijo de puta, dijo sin resquemor: “El viaje a la
isla de los deudores”. Todos rieron como si estuviesen orquestados
sistemáticamente, y estoy seguro que solo veinte o treinta de los presentes
sabían a qué se refería Stannis. A unos diez metros en diagonal estaba Ramsés,
quién apretó los diente y frunció el ceño luego de oír la herejía de Stannis, y
solo se dispuso a respirar. No perdió la cordura. Los sensores de justicia ya
estaban activados y faltaba poco para su aparición.
Al
fin llegó la hora, eran las diez y veintitrés cuando Roché entre risas
informaba su alergia hacia el alcohol, pero instaba a todos los líderes del
departamento policial y político de Odpor a tomar la copa del vino blanco
obsequiada por el gobernador Laurev, que había abandonado el sitio – Para hacer
más sospechoso el asunto – unos minutos antes del brindis. El resto fue una
consecución de imágenes que ninguno de los reclusos y periodistas presentes
podrán olvidar. Ni en el más oscuro de sus crímenes podrán emular esa hazaña de
ver como sus verdugos convulsionaban, se revolcaban de dolor, y no podían
emitir una sola palabra, y es que así de oscuro es la cicuta, y si le añades el
toque perfecto de metanol se convierte en un arma de destrucción masiva, que eliminaría
a armas de destrucción masivas vestidas de hombres. Veinte minutos duraron las
ambulancias para anidar en las afueras de la cárcel, pero quince minutos era lo
estimado por ‘Los hermanos del norte’ y por Ramsés para que la desgracia tomase
forma. Ramsés vio como la justicia se viste de sangre, y se fue del sitio hacia
Jofenjer en un vuelo privado.
El
día que jamás esperó Roché y el alma de la cárcel de Odpor, llegó, donde jamás
se olvidaría el oscuro atardecer de ese viernes lleno de muertes y de sufrimientos,
donde Stannis encabezaba la lista de los envenenados, y le acompañaban más de
treinta y cinco personajes poderosos y esclavizadores que no abrirían los ojos
más. Al infierno, allí donde pertenecen, y de donde jamás debieron haber
salido. Allí es su verdadero Odpor.
Melbor Dysis Nell (G.H)
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