Aquí estoy, sollozando, al borde de esta triste silla
de madera que sostiene el peso inaguantable de un alma atada a miles de
venezolanos que a esta hora (3:35 am), libran una guerra brutal, salvaje,
dispareja, y casi suicida contra fuerzas superiores llenas de maldad. Enemigos
internos sedientos de sangre. Enfermizos de espíritus cuya principal razón de
existencia es el poder bajo cualquier costo y sobre cualquier piel.
La atmósfera que hoy arropa a mi país es dramática. En
el aire se percibe un olor distinto al acostumbrado, a sangre. Se me hace imposible
intentar especificar la magnitud de lo que se está viviendo sin apelar al
inequívoco termómetro de la historia. “La noche de los cristales rotos” y “La
noche de los lápices”, son hechos que marcaron el rumbo de dos naciones. Unos
fueron víctimas de la furia fascista y todopoderosa de Hitler y otros (Más
parecido a nuestra realidad), mártires
de un conjunto militar viciado, y decidido a exterminar la inextinguible llama
sagrada de la juventud. Videla siempre tuvo muy claro que allí radicaba su
desgracia, y es entonces, en esa analogía cuando se ensancha el puente de
aquella Argentina del ’76 y la Venezuela del 2014. 38 años han pasado entre
esas dos “revoluciones”, y
discúlpenme si utilizo uno de los vocablos más redundado, desgastado y mal
utilizado, en la última década y media, pero no consigo otro sustantivo que
pueda darle el significado veraz a lo que miles de estudiantes están gestando
heroicamente en nuestra Patria. “Porque
la revolución no se lleva en la boca para vivir de ella, se lleva en el corazón
para morir por ella”, rezaba ese argentino que transmutó hasta su genética
para servirle a dos genocidas por excelencia, a los mismos que intentan
implantar su sistema faraónico y colonizador en nuestra tierra, los Castro.
No estoy acostumbrado a escribir con música, me aleja
de ese switch mágico que cada escritor presiona para intentar armonizar letras
con rítmica y coherencia, pero hoy no tengo el control. No puedo apagar los
incesantes disparos que musicalizan el negrísimo cielo marabino, ni las sirenas
de policías que solo estimulan la parte más oscura de mi imaginación, tampoco
las cacerolas trajeadas de deseo de libertad, y menos el olor a humo que
zigzaguea por mi ventana, cual víbora venenosa. Pero ese un trocito mísero de
la historia que puedo palpar, la verdadera se desarrolla en las calles, en
Altamira (Caracas), en la Av. Cedeño (Carabobo), en Plaza República (Zulia), en
San Cristóbal (Táchira), allí es donde el verdugo se quita la máscara y empuña
sus más grandes miserias contra el pueblo. Genocidio, sería el concepto
humanista, yo diría suicidio, y es que es imposible entender cómo alguien que
juró lealtad a nuestra Carta Magna y al pueblo venezolano pueda disparar sin
piedad alguna a jóvenes desarmados, y como si no bastase con el secuestro de
identidad al que están esclavos, disfrutan al ejecutar su satánica misión, y es
dejar un universo, un profesional, un futuro padre o madre de familia, arrojado
en el suelo y con la evidencia del fascismo en forma de bala en la cabeza.
Quisiera retroceder el tiempo y conseguir el trazo de la autopista donde el
auto que empujaba el nacionalismo y patriotismo de nuestra Guardia Nacional fue
tergiversado por el odio clasista y castrista, o mejor planteado, ¿Cuándo
tiraron a la mierda el lema ‘El honor es nuestra divisa’? ¿Qué pensará la madre
de ese funcionario del SEBIN que asesinó con una precisión escalofriante a
Bassil? ¿Qué caminará en la cabeza del efectivo de la Guardia Nacional que
fulminó – Como pidió Ameliach – al joven en La Candelaria? ¿Hasta qué punto la
hipnosis ideológica barata y facha podrá encubrir la verdadera naturaleza de
nuestro ejército? ¿Y los patriotas, qué? Y a todos esos cuestionamientos, le
añadiré uno más: ¿Será que no entienden que al asesinar a un venezolano se
están destruyendo a ellos mismos y al mapa genuino que dejó Bolívar?
Hoy en cadena nacional, Nicolás Maduro demostró que la
rectificación solo es para gente sabia. Los dictadores no rectifican, reprimen,
asfixian y asesinan: “Si es necesario llamar a un estado de excepción lo
haremos”. Dios te proteja Táchira. El odio que transmite este hombre solo es
comparado con las llamaradas de fuego que brotaban de la boca de Stalin, o del
poderío dialéctico sombrío donde se desenvolvía el Fuhrer. La historia le tiene
un espacio frío preparado a él y a sus jefes, pero si de algo estoy
completamente seguro es que la soberanía del país que vio nacer a Bolívar,
Zamora y Ribas no será trastocada, y menos por traidores, que subastan su alma
por una pezuña del diablo.
¡Venezuela no retrocedas; La libertad te espera!
Geoff. Hernández