jueves, 20 de febrero de 2014

Epístola de una Guerra (I)

Aquí estoy, sollozando, al borde de esta triste silla de madera que sostiene el peso inaguantable de un alma atada a miles de venezolanos que a esta hora (3:35 am), libran una guerra brutal, salvaje, dispareja, y casi suicida contra fuerzas superiores llenas de maldad. Enemigos internos sedientos de sangre. Enfermizos de espíritus cuya principal razón de existencia es el poder bajo cualquier costo y sobre cualquier piel.

La atmósfera que hoy arropa a mi país es dramática. En el aire se percibe un olor distinto al acostumbrado, a sangre. Se me hace imposible intentar especificar la magnitud de lo que se está viviendo sin apelar al inequívoco termómetro de la historia. “La noche de los cristales rotos” y “La noche de los lápices”, son hechos que marcaron el rumbo de dos naciones. Unos fueron víctimas de la furia fascista y todopoderosa de Hitler y otros (Más parecido a nuestra realidad), mártires de un conjunto militar viciado, y decidido a exterminar la inextinguible llama sagrada de la juventud. Videla siempre tuvo muy claro que allí radicaba su desgracia, y es entonces, en esa analogía cuando se ensancha el puente de aquella Argentina del ’76 y la Venezuela del 2014. 38 años han pasado entre esas dos “revoluciones”, y discúlpenme si utilizo uno de los vocablos más redundado, desgastado y mal utilizado, en la última década y media, pero no consigo otro sustantivo que pueda darle el significado veraz a lo que miles de estudiantes están gestando heroicamente en nuestra Patria. “Porque la revolución no se lleva en la boca para vivir de ella, se lleva en el corazón para morir por ella”, rezaba ese argentino que transmutó hasta su genética para servirle a dos genocidas por excelencia, a los mismos que intentan implantar su sistema faraónico y colonizador en nuestra tierra, los Castro.

No estoy acostumbrado a escribir con música, me aleja de ese switch mágico que cada escritor presiona para intentar armonizar letras con rítmica y coherencia, pero hoy no tengo el control. No puedo apagar los incesantes disparos que musicalizan el negrísimo cielo marabino, ni las sirenas de policías que solo estimulan la parte más oscura de mi imaginación, tampoco las cacerolas trajeadas de deseo de libertad, y menos el olor a humo que zigzaguea por mi ventana, cual víbora venenosa. Pero ese un trocito mísero de la historia que puedo palpar, la verdadera se desarrolla en las calles, en Altamira (Caracas), en la Av. Cedeño (Carabobo), en Plaza República (Zulia), en San Cristóbal (Táchira), allí es donde el verdugo se quita la máscara y empuña sus más grandes miserias contra el pueblo. Genocidio, sería el concepto humanista, yo diría suicidio, y es que es imposible entender cómo alguien que juró lealtad a nuestra Carta Magna y al pueblo venezolano pueda disparar sin piedad alguna a jóvenes desarmados, y como si no bastase con el secuestro de identidad al que están esclavos, disfrutan al ejecutar su satánica misión, y es dejar un universo, un profesional, un futuro padre o madre de familia, arrojado en el suelo y con la evidencia del fascismo en forma de bala en la cabeza. Quisiera retroceder el tiempo y conseguir el trazo de la autopista donde el auto que empujaba el nacionalismo y patriotismo de nuestra Guardia Nacional fue tergiversado por el odio clasista y castrista, o mejor planteado, ¿Cuándo tiraron a la mierda el lema ‘El honor es nuestra divisa’? ¿Qué pensará la madre de ese funcionario del SEBIN que asesinó con una precisión escalofriante a Bassil? ¿Qué caminará en la cabeza del efectivo de la Guardia Nacional que fulminó – Como pidió Ameliach – al joven en La Candelaria? ¿Hasta qué punto la hipnosis ideológica barata y facha podrá encubrir la verdadera naturaleza de nuestro ejército? ¿Y los patriotas, qué? Y a todos esos cuestionamientos, le añadiré uno más: ¿Será que no entienden que al asesinar a un venezolano se están destruyendo a ellos mismos y al mapa genuino que dejó Bolívar?

Hoy en cadena nacional, Nicolás Maduro demostró que la rectificación solo es para gente sabia. Los dictadores no rectifican, reprimen, asfixian y asesinan: “Si es necesario llamar a un estado de excepción lo haremos”. Dios te proteja Táchira. El odio que transmite este hombre solo es comparado con las llamaradas de fuego que brotaban de la boca de Stalin, o del poderío dialéctico sombrío donde se desenvolvía el Fuhrer. La historia le tiene un espacio frío preparado a él y a sus jefes, pero si de algo estoy completamente seguro es que la soberanía del país que vio nacer a Bolívar, Zamora y Ribas no será trastocada, y menos por traidores, que subastan su alma por una pezuña del diablo.

¡Venezuela no retrocedas; La libertad te espera!

Geoff. Hernández