Era
como transitar en un mundo anacrónico. Lleno de misterios, y de ejecuciones que
se alejan del vaivén actual. Y eso no significa que esté bien o que esté mal.
Porque la libertad se trajea de dificultades y de las dificultades nace la
verdadera esencia humana. Esa pizca de originalidad que nos conlleva a buscar
cualquier camino hacia el cumplimiento de nuestro destino. Porque, ¿Qué sería
del hombre sin un destino? ¿Qué sería de la humanidad sin una razón de ser o
estar? ¿Estará el mundo actual rumbo hacia una inevitable destrucción producto
a la escasez de destinos? Quizá.
Lo
que es irremediablemente irrefutable es que Neil Perry (Robert Sean Leonard)
representaba al hombre libre y a la vez, atado a sus demonios y a los de sus
padres. Libre porque entendió su llamado original. Libre porque descubrió su
espacio en el universo, pero atado a sus debilidades, y es allí cuando la
imperdonable fórmula del éxito te grita: “Si no tienes las fuerzas y los
argumentos para destruir el temor, este te triturará, te hará añicos, y te
obligará a huir”, y es que el temor si tiene una característica es poder
eclipsar todos los dones y capacidades.
La
sociedad de los poetas muertos es un regalo de la eternidad. Y esta generación
no está preparada para entender todos los matices y las esencias que yacen
acostadas debajo de cada plano, escena, y diálogo. Y no es culpa nuestra. Es
culpa del radicalismo, ese proyecto que inició Luzbel en el cielo, y que
teorizó Marx en la tierra. Porque hoy existen dos tipos de padres, los
radicales en sus intenciones – Como el padre de Neil – y los radicales en su
desinterés, los primeros intentan siempre utilizar a sus hijos como una
continuación de ellos mismos, y no los ven como seres autónomos y llenos de sueños,
sino, que terminan viéndolos como una segunda oportunidad para cumplir aquellas
cosas que la vida les quitó, y los segundos, son más crueles aún, porque
confunden la libertad con la anarquía, y un joven sin un líder se convierte en
una presa fácil de la confusión. Y cuando la confusión reina, el desastre es
inminente. Y es allí cuando aparece en
escena esos personajes que aunque no tienen los mismos rasgos sanguíneos,
suelen ser la verdadera familia. Allí es cuando aparece, John Keating.
Keating
es sinónimo del New World Order (Nuevo orden mundial), aquel pensamiento
político instaurado en los Estados Unidos al finalizar la década del 1990,
porque representa una amenaza a los intereses arcaicos. La originalidad va de
la mano con la paz, y cuando alguien lleno de paz ingresa a un lugar, su
presencia jamás pasará desapercibida. John llegó, se situó, atacó las raíces
del mal, y promulgó un mensaje libertador y no hay que ser un historiador
afamado para saber qué ha ocurrido en los lugares oprimidos cuando alguien
llega con un discurso liberador. Y aquí no fue la excepción, Keating aplicó la
tercera ley más importante en el comportamiento social, la ley de la
influencia, fortalecida por la confianza, y es que eso necesita el mundo,
hombres que desobedezcan las líneas de las generaciones anteriores y que sitúen
sus conocimientos en actitudes para transformarlas en aptitudes y así
sembrarles esa semilla a la generación que nace.
La
sociedad de los poetas muertos es una incitación a la libertad, no la que nos
venden los politiqueros actuales, sino, esa que cabalga libre como el viento en
nuestros adentros, porque aunque el hoy se ensañe en alienarnos, la verdadera
fuerza de la libertad siempre estará, escondida, pero siempre estará. Ayer, hoy
y siempre tendremos la obligación de ser libres.
Geoff I. Hernández
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