viernes, 12 de abril de 2013

El Dulce Aroma de la Revolución...


Ochenta y dos hombres guiaban ese viejo yate Granma. La locura parecía estremecer a los tripulantes, y claro, cómo no tildar de utópico un plan ofensivo que tuviese como intención firme e irrevocable, el derrocamiento de Fulgencio Batista, el líder de una de las dictaduras más asquerosas en la historia contemporánea. Cabecilla de aquella intervenida, y extinta Cuba burguesa, esa nación que concentraba aproximadamente el 25% del espacio territorial en mansiones, clubes aristocráticos, clínicas privadas y colegios selectos para el sector privilegiado. Hipnotizados y encarcelados a los intereses capitalistas de Estados Unidos. La polarización no se haría esperar. Lógico. La corrupción administrativa crecía tanto como un cáncer en estado terminal. Sin nombrar la desfachatez que significó utilizar el presupuesto estatal para enriquecimiento personal. Anarquía política, sociocultural y económica establecida. Algo tenía que ocurrir.

…Y ocurrió. Llegó la revolución desde el 16 de enero de 1957, hasta el 2 de enero de 1959, día en que el Movimiento 26 de Julio, liderado por el Ché Guevara, Fidel Castro y Camilo Cienfuegos, tomaron sin ningún tipo de resistencia (Luego de dos años de brutales enfrentamientos) el regimiento de Campo Columbia. El grupo de insurrectos a la maldición del intervencionismo americano, demostró que la genética revolucionaria puede más que un imperio envuelto en sus propios demonios. Como cuando Páez y sus 153 jinetes vencieron a los 1.200 del general Morillo en Apure (Venezuela), en la gloriosa “Batalla de las queseras del medio”. Fidel Castro, Ernesto Guevara, Camilo Cienfuegos y Juan Almeida, encabezaban a los 82 locos hambrientos de independencia, que enfrentarían a la parte más espesa de un régimen compactado por una inescrupulosa camarilla militar, descaradamente relacionada a los Estados Unidos. Tenían que destruir a un ejército sólido y leal de más de 80 mil hombres. Las matemáticas no te darían espacio ni para respirar, pero como la independencia es el estado más sublime al que un ser humano puede aspirar, los números fueron números, y los hombres fueron hombres. Oh, sí, gloriosa Cuba. Alejaste de ti, todo ese azufre encabezado por Dwight Eisenhower, quien emuló a los seres más terroríficos de las novelas de Allan Poe, entregando asilo político a todos los asesinos batistianos, que huyeron de la isla con más de 400 millones de dólares que pertenecían a los fondos públicos de Cuba.
Las distintas revoluciones que han manchado la tela histórica mundial han tenido un denominador común, y es, simple y llanamente, destruir las diferencias existentes entre los dominadores y los dominados, algo así como aquel concepto del neurótico Marx, crear una lucha de clases en las cuales el proletariado pudiese, al menos disponer de una libertad más palpable.

 Profesar revolución es cuestión de encender la flama de la justicia que habita en cada ser, esa llamarada histriónica que ha sido extinguida producto al desconocimiento de la historia y los sistemas políticos mundiales, y a no saber escenificar la perspectiva del mundo más allá de nuestros ojos.

Si algún día levantásemos el estandarte de la libertad suprema, ese sería el día donde el Dios que creó los cielos y la tierra podrá entregar la gema más hermosa que tiene depositada en un lugar específico del paraíso, la paz, pero mientras sigamos fomentando el odio, y la irracionalidad, producto a un patrón de conducta aprendido, será realmente difícil añadir en el ADN de la próxima generación el tipo de células que recorrían el cuerpo de hombres independentistas y admirables como Tupac-Amaru, el Ché Guevara y Hugo Chávez Frías, esos futuristas de la revolución que nos permitan salir de ese esquema colonial, que Eduardo Galeano plantea en “Las venas abiertas de Latinoamérica”, donde dice que nosotros, los indígenas, solo funcionábamos como: “El combustible del sistema económico colonial”.

Venezuela, sabe lo que es navegar, históricamente, por las indeseables aguas de la represión, y opresión. Pacto de Punto Fijo, Pacto de Nueva York, para nombrar algún hecho aislado. Donde la esclavitud renació, esta vez no por la privatización de la libertad, sino algo peor, la ceguera ideológica que gestó el monstruo más grande con el que ha batallado esta generación nacida a partir del 85, el odio a la revolución. No hay culpable más grande, que la falta de profundidad histórica. De nada vale el proselitismo y la demagogia, sin un plan eficiente de transformación, que funcione como el antibiótico que subsane esta infección avanzada llamada deslealtad.

“El presente es de lucha. El futuro nos pertenece”..

Geoff. Hernández R.             

1 comentario:

  1. Hasta la victoria siempre, amor a la libertad es el motor por el que todo ser humano debe funcionar y amor como el gran creador lo doce en sus dos primeros mandamiento amar a tu Dios y a tú prójimo como a ti mismo, llegará el día que ver a otro será verte a ti mismo una sola patria m sólo mundo un sólo ser la humanidad junto a su creador.

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