miércoles, 3 de abril de 2013

Entre aquel verano y tus fantasmas..


Dictamino. Pienso. Ahuyento mis demonios. Escribo. Miles son los caminos que debo superar para llegar a ti, a tus recuerdos, a tus vivencias, a mis dolores, a tus pasiones. Como alma desabrigada, como niño sin convicción. Estoy atrapado a esa luna inclemente, malherida, poética, que sin misericordia me arroja al vaivén de tus caderas. Desarraigándote de mí, paso las veinticuatro horas del día. Sin hallar la llave que abra la puerta del futuro. No es un llanto anodino, es un lúgubre vacío que las vanidades más frívolas de este mundo no pueden llenar. Aún me ahogo en la tarifa mensual de tus labios. Acudo al calor de otras, pensando en ti. Ese río que recorre tus labios es el paraíso de mis fantasmas. Tus senos, mi Everest. Tu llanto, mi hades. Mi error, tu fortaleza. Tu amor, mi utopía.

Nauseabundo es el olor de la desesperación. Estratosférico el trayecto que nos aísla. Las melodías más armoniosas que pueden existir están bajo el poderío de tu sonrisa. La eternidad existe, solo a tu lado. Como aquella noche, cuando el silencio entendió el mensaje y calló. Cuando tu alma se unió a la mía. Cuando nada más concernía sólo el sonido de nuestros corazones. Oh, alma mía. Qué lejos está ese día. Cuando el mundo dejó de girar. Se rindió ante nuestra perfección. Por sentirte de nuevo, libraría mil batallas. Destrozaría mis ideales. Dejaría de ser yo, sólo para tenerte a ti.

Nunca digas amor. Jamás digas por siempre. Mi desliz fue sucumbir al edén verdoso de tus ojos. De ningún modo digas hoy. Mejor di mañana. Oh, dulcinea, si supieras lo amarga que es la hiel de tu ausencia. Sólo si supieras. 

Geoff. Hernández

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