Dictamino. Pienso. Ahuyento mis demonios. Escribo. Miles son
los caminos que debo superar para llegar a ti, a tus recuerdos, a tus
vivencias, a mis dolores, a tus pasiones. Como alma desabrigada, como niño sin
convicción. Estoy atrapado a esa luna inclemente, malherida, poética, que sin
misericordia me arroja al vaivén de tus caderas. Desarraigándote de mí, paso
las veinticuatro horas del día. Sin hallar la llave que abra la puerta del
futuro. No es un llanto anodino, es un lúgubre vacío que las vanidades más frívolas
de este mundo no pueden llenar. Aún me ahogo en la tarifa mensual de tus
labios. Acudo al calor de otras, pensando en ti. Ese río que recorre tus labios
es el paraíso de mis fantasmas. Tus senos, mi Everest. Tu llanto, mi hades. Mi
error, tu fortaleza. Tu amor, mi utopía.
Nauseabundo es el olor de la desesperación. Estratosférico el
trayecto que nos aísla. Las melodías más armoniosas que pueden existir están
bajo el poderío de tu sonrisa. La eternidad existe, solo a tu lado. Como aquella
noche, cuando el silencio entendió el mensaje y calló. Cuando tu alma se unió a
la mía. Cuando nada más concernía sólo el sonido de nuestros corazones. Oh,
alma mía. Qué lejos está ese día. Cuando el mundo dejó de girar. Se rindió ante
nuestra perfección. Por sentirte de nuevo, libraría mil batallas. Destrozaría
mis ideales. Dejaría de ser yo, sólo para tenerte a ti.
Nunca digas amor. Jamás digas por siempre. Mi desliz fue
sucumbir al edén verdoso de tus ojos. De ningún modo digas hoy. Mejor di
mañana. Oh, dulcinea, si supieras lo amarga que es la hiel de tu ausencia. Sólo
si supieras.
Geoff. Hernández
Exquisito
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