1- Argentina debutaba con la misión de reafirmar la superioridad mostrada
en las Eliminatorias frente al campeón de América. Sin Messi. Es decir, sin lo
sobrenatural. Era el tiempo de los obreros. Y para eso se encomendó al
triunvirato Banega-Mascherano-Fernández como destructores del circuito chileno
que engalana Vidal-Aranguiz-Díaz. Martino sabía que si imponían condiciones en
la zona media, Chile iba a morder el anzuelo y se desordenaría. Como ha
ocurrido cada treinta minutos en la Era Pizzi.
2- En 365 días, Chile pasó de ser la selección más sólida del continente en
la posesión y construcción, a un grupete de velocistas cuya renta básica de
supervivencia es la explotación del error rival. Intérpretes que añoran el
guion del ayer, y cuerpo técnico, que comienza a degustar la hiel que produjo
dejar fuera a Valdivia. Chile se extravió en la búsqueda de una nueva
identidad.
3- Los primeros 25’ de Argentina fueron pletóricos. Ángel Di María como 11,
y Nicolás Gaitán como 7, desdoblaron a placer a los laterales ficticios de la
Roja. Fue un milagro que Mauricio Isla no le costase un gol a Chile en ese
lapso. Su predilección al ataque, y los errores de cobertura de Aranguiz,
convirtieron esa zona en el Gran Cañón del Campeón. Y ahí se afincó el fideo. Que
es el actor secundario que todo director quisiera tener. Pero que cuando le
toca tomar la batuta y liderar a la banda completa, sufre en la toma de
decisiones. De ahí, el principal motivo, por el que Chile salió vivo en el
primer tiempo.
4- Alexis, desde los tiempos de Martino en el Barcelona, se acostumbró a
darse palizas tras paliza como antídoto a su incapacidad de asociarse con sus
compañeros de ataque – En este caso Vargas -. En el sistema que trazó Pizzi,
Sánchez sufre la mayoría del tiempo. Obligado a retrasarse 15 o 20 metros, para
recibir un balón limpio, se enfrentaba a Otamendi, a Augusto y a Mascherano.
Perdiendo casi siempre. Desvirtuado, y
esperando ese dribbling milagroso que le permitiese superar a tres rivales,
para limpiar hacia las bandas. Fue la demostración de que en el fútbol puedes
correr 15 kilómetros, y aún así no ser figura. Aunque el mano a mano que atajó
Romero, evitó el inicio de otra historia.
5- En el segundo tiempo, Argentina desmejoró notablemente en el funcionamiento
colectivo, pero activó el motor que los llevó al subcampeonato en Brasil. La
conquista de los espacios. Pizzi intentó solventar el problema chileno, provocando
el golpe por golpe. Lo que terminó siendo el suicidio. Y ahí apareció Banega. El mismo que perdió seis pelotas, y
erró el 50% de los pases en el primer tiempo. Y que en el complemento, emergió
como el arquitecto y protagonista del triunfo. Pasó del plano destructivo junto
con Mascherano, a dominar los ritmos del juego cerca de los wings. Con metros a
las espaldas de Isla y Mena, el mediapunta del Sevilla, se dio un banquete, asistió
a Di María, y anotó. Llevándose el man of the match, y estampando su nombre en la próxima
alineación de Martino.
6- Chile olvidó el arte. Y de ahí nacieron todos sus momentos de gloria. Extorsionando sus convicciones. Pizzi debe ver el modelo Borghi. Y no cometer los mismos
errores. Porque si fracasa en esta Copa, sus días en el banquillo, podrían ser
muy cortos. Hoy el Campeón está en una crisis de identidad. Solo esfuerzo y
empuje. Desconcentrados y muy lejos de la imagen que los llevó a secuestrar el
reinado de América. Aranguiz y Díaz, nunca habían estado tan erráticos como en
California. Y si las columnas se estremecen, la edificación puede perecer.
Y 7- El temblor del
debut cedió. La autoridad, eficacia y libertad en los movimientos, ubican a
Argentina como el rival a vencer. La única incógnita es: ¿Cómo funcionará el
equipo de Martino cuando regrese Messi? ¿Existirá finalmente la unión que tanto
se le reclama a cada selección Argentina? O ¿Seguirán las dificultades en la
zona de gol? Solo Martino y Leo lo saben.
Geoff I. Hernández
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