I
Encerrado eternamente en los
laberintos asfixiantes de mi cabeza. Allí, en ese caparazón antiguo nace la ráfaga
de pensamientos inclementes, que ahogan, saturan, aturden y eclipsan las llamas
de la cordura. Fustigándome sin piedad.
Elaborando universos inhabitables y atiborrados de temor, haciendo de
mis días: un abril sin pascuas, un océano sin sal, una ciudad sin historias, y
un desierto sin sol.
Sueño con ese día cuando mis poros vuelvan a transpirar libertad, ese
instante en que mi corazón lata sin sobresaltos y regrese a la senda original. Ese
momento de restitución, y sean enviados al infierno los demonios que aprovechan
mis debilidades para acusarme y castigar mi cuerpo. Sonrío al solo imaginarlo.
Mienten. Las cárceles más frías y crueles no existen en este mundo de
desorientados, están ahí mismo, dentro de ti, en la frontera entre lo tangible
y lo inalcanzable. ¿No te sorprende la facilidad con la que imaginas escenarios
oscuros? ¿No te produce interrogantes la pasión que algunas personas tienen
para destruir sueños? Desde el día en que Adán pecó, se nos fueron quitadas las
llaves de la perfección y de la paz. Siendo empujados a convertirnos en esclavos de
lo externo y víctimas del mundo interior, ese compendio de atmosferas que no es
manejado por ley humana alguna, esa locación superior que magnifica
nuestros temores y engrandece nuestras derrotas.
Apenas alcanzo a ver el lado oscuro de la luna desde esta prisión. No
logro distinguir entre el día y la noche, y mis fuerzas se han compactado solo
para escapar. Escapar se convirtió en mi verbo preferido, y es que aún intento
entender la razón por la que miles le temen al escape – (¿Cómo somos tan miserables
para acariciar el monstruo que nos quiere destruir?)- Estudio estas cuatros paredes a diario,
observo sus cimientos, su color añejo, su olor inmundo, su adn maligno, su
pasado. Ya conozco todo de ellas, y las odio, se los juro, pero sigo sin
conseguir la forma de deshacerme de estos grilletes en forma de raciocinios, ni
de los barrotes sedientos de destrucción. Soy culpable de mi pecado lo acepto,
pero ¿Por qué es tan alto el precio del perdón? ¿Acaso no tiene valor la
justicia que he aplicado desde mi nacimiento? ¿Los atardeceres llenos de integridad
tienen menos peso que las noches de ciega pasión? ¿Por qué una respuesta se
hace tan dolorosa y difícil de hallar? ¿Por qué?
PD: No olvides qué semillas estás sembrando hoy, serán las culpables de tu
mañana.
Melbor Dysis Nell
(G.H)
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