(El Resquemor de mis aliados)
III
Nazut y Vilhem son gemelos de distintos padres. Sí, ya sé que eso es
imposible, he intentado hacérselo saber muchas veces, pero ellos insisten en
que son parte de una nueva revolución en la raza humana. Iracundos pero obedientes.
Culpa de su misterioso carácter tuvo aquel accidente que ocurrió hace más de
quince años, cuando el joven Nazut visitó a su tío Elisha al norte del
Bestirfá, y aunque fue una desgracia para él, para mí no. Sin el odio diseminado
en los anocheceres de su alma, hubiese sido imposible realizar nuestro acto de
redención. Los asesinos y vengadores no nacen. Son el resultado final entre la
suma del dolor y el sufrimiento del pasado.

Sentados en el barro yacían los gemelos. Agotados después de una larga
jornada de trabajo, que ningún plato exquisito de comida o ducha de agua tibia
podía restituir, solo la muerte del tío bastardo sería el antídoto para el
dolor y el miedo que se tatuaron en lo más profundo de la vida de Nazut, y de
una forma distinta, pero igual de dañina en Vilhem. Vilhem tomó a su hermano
por el brazo y lo llevó hacia la cárcel, entrando sigilosamente por la puerta
que Latruck le había indicado. Tenían una visualización privilegiada de la
desgracia de Elisha. Había una revolución en todo el pabellón, nadie entendía
nada, ni los médicos que vinieron de la ciudad pudieron especificar los motivos
de lo que ocurría frente a sus ojos. Vómitos rítmicos intensos, diarrea, espasmos
musculares, decenas de mini convulsiones, y ríos de sangre que se expandían por
cada orificio de su cadavérico cuerpo. Ese era el final de un ser injusto y
dañino, y antes de expeler su último aliento, Vilhem se acercó al oído de Nazut
y le dijo: “Te dije que la justicia llegaría y se trajearía de suplicio y
tortura, y aunque no me es suficiente, al menos ese patán no respirará más”. El
rostro de Nazut era una estatua de porcelana. No respondía a ningún estímulo,
hasta que giró de golpe y le dijo: “Debemos traer más justicia a esta tierra”,
y sonrió.
Hoy los veo a los dos allí,
tirados, sin esperanzas, abrazando a las ratas y a los ayeres en forma de
fantasmas, rememorando y culpándose por los errores cometidos. En sus ojos ya
no hay sangre, ni vendetta. Solo hay ese largo camino que une a la duda y a la
muerte. Ya están muertos, pero resucitarán. Eso lo juro.
Melbor Dysis Nell (G.H)
Pd: La lealtad es la llave que tiene el poder de unir
generaciones.
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