lunes, 21 de abril de 2014

Alusiones Temporales (Parte III)

(El Resquemor de mis aliados)

III

Nazut y Vilhem son gemelos de distintos padres. Sí, ya sé que eso es imposible, he intentado hacérselo saber muchas veces, pero ellos insisten en que son parte de una nueva revolución en la raza humana. Iracundos pero obedientes. Culpa de su misterioso carácter tuvo aquel accidente que ocurrió hace más de quince años, cuando el joven Nazut visitó a su tío Elisha al norte del Bestirfá, y aunque fue una desgracia para él, para mí no. Sin el odio diseminado en los anocheceres de su alma, hubiese sido imposible realizar nuestro acto de redención. Los asesinos y vengadores no nacen. Son el resultado final entre la suma del dolor y el sufrimiento del pasado.

Tengo entendido que al sádico tío Elisha lo sentenciaron a la horca luego de descubrirse su responsabilidad en la violación de Nazut. Faltaban dos semanas para la ejecución, cuando Vilhem logró vulnerar el recinto de seguridad de la arcaica prisión: ‘Eduvish’, y con seis piezas de oro – El ahorro de todo un año – sobornó al jefe de cocina, el viejo Pierre Latruck. Entregándole un cruasán de hojaldre relleno de jamón y queso y treinta gramos de esencia de acónito que había conseguido luego de internarse tres meses en las vísceras de la secta ‘La Hermandad’. Allí se hizo amigo de Kaftel, el único negro de la fraternidad,  quien al conocer el caso, no dudó un segundo en abrir su arsenal botánico venenoso y otorgarle la dosis necesaria para el asesinato.  Vilhem y Nazut repartieron periódicos en todo el estado de Odpor. Tres semanas duró el peregrinaje. Necesitaban una pieza de oro más para dársela al viejo Latruck y poder ver el clímax de los síntomas que ahogarían en treinta minutos al organismo pecador del tío Elisha. Es curioso el sistemático giro que torna la vida de una persona sedienta de vendetta. No hay límites, ni fronteras para quien desea justicia. Casi siempre el dolor es la forma más hermosa de ella.

Sentados en el barro yacían los gemelos. Agotados después de una larga jornada de trabajo, que ningún plato exquisito de comida o ducha de agua tibia podía restituir, solo la muerte del tío bastardo sería el antídoto para el dolor y el miedo que se tatuaron en lo más profundo de la vida de Nazut, y de una forma distinta, pero igual de dañina en Vilhem. Vilhem tomó a su hermano por el brazo y lo llevó hacia la cárcel, entrando sigilosamente por la puerta que Latruck le había indicado. Tenían una visualización privilegiada de la desgracia de Elisha. Había una revolución en todo el pabellón, nadie entendía nada, ni los médicos que vinieron de la ciudad pudieron especificar los motivos de lo que ocurría frente a sus ojos. Vómitos rítmicos intensos, diarrea, espasmos musculares, decenas de mini convulsiones, y ríos de sangre que se expandían por cada orificio de su cadavérico cuerpo. Ese era el final de un ser injusto y dañino, y antes de expeler su último aliento, Vilhem se acercó al oído de Nazut y le dijo: “Te dije que la justicia llegaría y se trajearía de suplicio y tortura, y aunque no me es suficiente, al menos ese patán no respirará más”. El rostro de Nazut era una estatua de porcelana. No respondía a ningún estímulo, hasta que giró de golpe y le dijo: “Debemos traer más justicia a esta tierra”, y sonrió.

 Hoy los veo a los dos allí, tirados, sin esperanzas, abrazando a las ratas y a los ayeres en forma de fantasmas, rememorando y culpándose por los errores cometidos. En sus ojos ya no hay sangre, ni vendetta. Solo hay ese largo camino que une a la duda y a la muerte. Ya están muertos, pero resucitarán. Eso lo juro.

Melbor Dysis Nell (G.H)


Pd: La lealtad es la llave que tiene el poder de unir generaciones. 

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