(El Resquemor de mis aliados)
III
Nazut y Vilhem son gemelos de distintos padres. Sí, ya sé que eso es
imposible, he intentado hacérselo saber muchas veces, pero ellos insisten en
que son parte de una nueva revolución en la raza humana. Iracundos pero obedientes.
Culpa de su misterioso carácter tuvo aquel accidente que ocurrió hace más de
quince años, cuando el joven Nazut visitó a su tío Elisha al norte del
Bestirfá, y aunque fue una desgracia para él, para mí no. Sin el odio diseminado
en los anocheceres de su alma, hubiese sido imposible realizar nuestro acto de
redención. Los asesinos y vengadores no nacen. Son el resultado final entre la
suma del dolor y el sufrimiento del pasado.
Tengo entendido que al sádico tío Elisha lo sentenciaron a la horca luego
de descubrirse su responsabilidad en la violación de Nazut. Faltaban dos
semanas para la ejecución, cuando Vilhem logró vulnerar el recinto de seguridad
de la arcaica prisión: ‘Eduvish’, y con seis piezas de oro – El ahorro de todo
un año – sobornó al jefe de cocina, el viejo Pierre Latruck. Entregándole un
cruasán de hojaldre relleno de jamón y queso y treinta gramos de esencia de acónito
que había conseguido luego de internarse tres meses en las vísceras de la secta
‘La Hermandad’. Allí se hizo amigo de Kaftel, el único negro de la fraternidad,
quien al conocer el caso, no dudó un
segundo en abrir su arsenal botánico venenoso y otorgarle la dosis necesaria
para el asesinato. Vilhem y Nazut
repartieron periódicos en todo el estado de Odpor. Tres semanas duró el
peregrinaje. Necesitaban una pieza de oro más para dársela al viejo Latruck y
poder ver el clímax de los síntomas que ahogarían en treinta minutos al
organismo pecador del tío Elisha. Es curioso el sistemático giro que torna la
vida de una persona sedienta de vendetta. No hay límites, ni fronteras para
quien desea justicia. Casi siempre el dolor es la forma más hermosa de ella.
Sentados en el barro yacían los gemelos. Agotados después de una larga
jornada de trabajo, que ningún plato exquisito de comida o ducha de agua tibia
podía restituir, solo la muerte del tío bastardo sería el antídoto para el
dolor y el miedo que se tatuaron en lo más profundo de la vida de Nazut, y de
una forma distinta, pero igual de dañina en Vilhem. Vilhem tomó a su hermano
por el brazo y lo llevó hacia la cárcel, entrando sigilosamente por la puerta
que Latruck le había indicado. Tenían una visualización privilegiada de la
desgracia de Elisha. Había una revolución en todo el pabellón, nadie entendía
nada, ni los médicos que vinieron de la ciudad pudieron especificar los motivos
de lo que ocurría frente a sus ojos. Vómitos rítmicos intensos, diarrea, espasmos
musculares, decenas de mini convulsiones, y ríos de sangre que se expandían por
cada orificio de su cadavérico cuerpo. Ese era el final de un ser injusto y
dañino, y antes de expeler su último aliento, Vilhem se acercó al oído de Nazut
y le dijo: “Te dije que la justicia llegaría y se trajearía de suplicio y
tortura, y aunque no me es suficiente, al menos ese patán no respirará más”. El
rostro de Nazut era una estatua de porcelana. No respondía a ningún estímulo,
hasta que giró de golpe y le dijo: “Debemos traer más justicia a esta tierra”,
y sonrió.
Hoy los veo a los dos allí,
tirados, sin esperanzas, abrazando a las ratas y a los ayeres en forma de
fantasmas, rememorando y culpándose por los errores cometidos. En sus ojos ya
no hay sangre, ni vendetta. Solo hay ese largo camino que une a la duda y a la
muerte. Ya están muertos, pero resucitarán. Eso lo juro.
Melbor Dysis Nell (G.H)
Pd: La lealtad es la llave que tiene el poder de unir
generaciones.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario